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miércoles, 1 de febrero de 2012

Los cuentos sobre amistad

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8 comentarios:

  1. Pedro y Luzia
    artha Susana Mana, escritora argentina

    La noche estiraba su manto de sombras, a través de la luna que luchaba por reemplazar las penumbras por diáfanos rayos. Cada vez más débiles y fríos. Todo se iba tornando de un color azulado cobalto, gélido.

    La escarcha se oía crujir bajo el peso mínimo de un gnomo de barbas tan blancas como rojo su bonete, que caminaba ansioso por llegar al fin, a su morada tibia. Aún cuando los gnomos, no sienten frío, ni temor, ni se enferman, ni tosen, ni cuando pisan el suelo congelado se le enfrían los pies.

    Ellos son duendes y a los duendes les está permitido vagar por el mundo, llevando alegría, cuentos, fantasías a todos los chicos. Éste se llamaba Pedro, igual que las piedras, que pisaba. En el río siempre hay piedras y al esquivarlas o saltar sobre ellas… ¡Pedro se divertía tanto! Que los demás duendes amigos le decían, que el era una piedra, también.

    Miedo tampoco tenía, pero sí, estaba cansado. Había recorrido el bosque en busca de frutos rojos y sabrosos que quería compartir con los suyos y la bolsa echada al hombro pesaba mucho. De pronto la noche le ganó a la luna y en extraño sortilegio desató una tormenta, rara, para esa época del año.

    Los juncos que crecían al borde del río, se hamacaban hasta tocar las aguas, cubiertas de hilachas heladas, que el viento hacía volar como un viejo sombrero de alas muy anchas que se metían en los ojos de Pedro. Éste apuró el paso y logró cruzar el río que roncaba caudaloso, debajo de la escarcha. Comenzó a subir la cuesta con fatiga.

    Escuchaba a lo lejos el aullar de los lobos, junto al rugir de la borrasca. Igual siguió su camino. No desconocía los peligros, tampoco los ignoraba, pero era valiente nuestro pequeño héroe. Cuando al pasar por unas matas vio a una luciérnaga que luchaba por sobrevivir al vendaval.

    Bajó la bolsa y la invitó subir a ella. “Si quieres sube y entra en mi bolsa, te llevaré a un lugar seguro”… encendió, ella su pequeña lucecita y sintió que si no aceptaba la amabilidad de Pedro, moriría allí nomás, de un salto subió a la talega de Pedro y éste volvió al camino.

    Mientras ella lo iluminaba, él cantó una hermosa canción, para que a Luzia, se le pasara el susto. Esto pasó una noche, hace tiempo, ya. Así nació una hermosa amistad, entre Pedro, el elfo, generoso y trabajador y Luzia, la luciérnaga agradecida, que prestó su luz a cambio de abrigo en una noche de tormenta…

    Fin.

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  2. Eva era una niña valiente y aventurera que un día descubrió el mapa del tesoro de las Reinas del Mar, el tesoro con todas las joyas que las sirenas recogen de los barcos hundidos. Según el mapa, el tesoro estaba protegido contra el mal con magia blanca, y sólo la mejor amistad verdadera podría sacarlo de la cueva en que estaba.

    Sabiendo esto, Eva recurrió a Lucía, su antigua compañera de aventuras y le contó el secreto. Acordó darle la cuarta parte de las joyas, y juntas tomaron un gran carro y fueron por el tesoro. Llenaron todo el carro con sus riquezas pero, en el mismo instante en que abandonaban la cueva, todas desaparecieron, y solo pudieron encontrarlas de nuevo en su sitio original. Y por más veces que lo intentaron, no dejó de ocurrir lo mismo, hasta que ambas se dieron por vencidas.

    - “Supongo que Lucía no era una amiga de verdad”, se dijo Eva. “Si lo fuera, no me hubiera importado compartir todo el tesoro con ella. Debería haber elegido a Lola o a María”

    Lola y María eran sus dos mejores amigas. Y como no sabía muy bien a cuál elegir decidió contarle el secreto a Lola, acordando repartir el tesoro a medias.
    Sin embargo, al ir a recuperarlo, se encontraron con una larga fila de buscadores de tesoros. Y es que, mientras estaban fuera, Lucía había tratado de sacar el tesoro un montón de veces, cada vez con un nuevo amigo. Y con cada fracaso, sus compañeros hacían lo mismo y corrían a buscar nuevos amigos para rescatar el tesoro por su cuenta, y así sucesivamente. Y, de esta forma, se había formado una larga fila de parejas de amigas y amigos que intentaban sin éxito hacerse con el tesoro.

    Cuando por fin les llegó el turno a Eva y Lola, estaban tan seguras de ser excelentes amigas que la decepción fue aún mayor cuando el tesoro volvió a desaparecer al cruzar la salida de la cueva.
    A Eva ya solo le quedaba la opción de María, que al recibir la noticia reaccionó con gran entusiasmo. María corrió entonces a contárselo también a Lola, quien confesó conocer toda la historia, y junto a Eva le explicó lo difícil que resultaba conseguir el tesoro.

    - Bueno, da igual- dijo María-. Ya veréis cómo podemos sacarlo entre todas, y luego lo compartimos. ¿No somos las mejores amigas del mundo? Además, como es un tesoro tan grande, podremos ayudar con él a muchísima gente... ¿Os imagináis? yo tengo una tía que necesita ayuda en un hospital porque...

    María siguió imaginando todas las cosas buenas que podrían hacer con el tesoro, y al poco Eva y Lola estaban tan entusiasmadas como ella. Entre las tres propusieron tantas ideas y tan buenas, que finalmente acordaron que solo se quedarían con alguna pequeña joya como recuerdo, y lo demás lo dedicarían a ayudar a otras personas.

    Decidido el reparto, volvieron a la cueva, esperaron su turno y... ¡se llevaron todo el tesoro sin problemas!

    Aquel lugar había llegado a ser muy famoso, así que no faltaron las felicitaciones, las fotos ni las entrevistas. Y en todas ellas, cada vez que los periodistas preguntaban a Eva o a Lola cuál había sido el secreto para rescatar con éxito el escurridizo tesoro, las niñas respondían:

    - Tener una verdadera amiga como María, que nunca para hasta conseguir sacar lo mejor de nosotras mismas

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  3. "El Robot desprogramado"

    Ricky vivía en una preciosa casa del futuro con todo lo que quería. Aunque no ayudaba mucho en casa, se puso contentísimo cuando sus papás compraron un robot mayordomo último modelo. Desde ese momento, iba a encargarse de hacerlo todo: cocinar, limpiar, planchar, y sobre todo, recoger la ropa y su cuarto, que era lo que menos le gustaba a Ricky. Así que aquel primer día Ricky dejó su habitación hecha un desastre, sólo para levantarse al día siguiente y comprobar que todo estaba perfectamente limpio.

    De hecho, estaba "demasiado" limpio, porque no era capaz de encontrar su camiseta favorita, ni su mejor juguete. Por mucho que los buscó, no volvieron a aparecer, y lo mismo fue ocurriendo con muchas otras cosas que desaparecían. Así que empezó a sospechar de su brillante robot mayordomo. Preparó todo un plan de espionaje, y siguió al robot por todas partes, hasta que le pilló con las manos en la masa, cogiendo uno de sus juguetes del suelo y guardándoselo.

    El niño fue corriendo a contar a sus padres que el robot estaba roto y mal programado, y les pidió que lo cambiaran. Pero sus padres dijeron que de ninguna manera, que eso era imposible y que estaban encantados con el mayordomo. que además cocinaba divinamente. Así que Ricky tuvo que empezar a conseguir pruebas y tomar fotos a escondidas. Continuamente insistía a sus padres sobre el "chorizo" que se escondía bajo aquel amable y simpático robot, por mucho que cocinara mejor que la abuela.

    Un día, el robot oyó sus protestas, y se acercó a él para devolverle uno de sus juguetes y algo de ropa.

    - Toma, niño. No sabía que esto te molestaba- dijo con su metálica voz.
    - ¡Cómo no va a molestarme, chorizo!. ¡ Llevas semanas robándome cosas! - respondió furioso el niño.
    - Sólo creía que no te gustaban, y que por eso las tratabas tan mal y las tenías por el suelo. Yo estoy programado para recoger todo lo que pueda servir, y por las noches lo envío a lugares donde a otra gente pueda darles buen uso. Soy un robot de efeciencia máxima, ¿no lo sabías? - dijo con cierto aire orgulloso.

    Entonces Ricky comenzó a sentirse avergonzado. Llevaba toda la vida tratando las cosas como si no sirvieran para nada, sin cuidado ninguno, cuando era verdad que mucha otra gente estaría encantada de tratarlas con todo el cuidado del mundo. Y comprendió que su robot no estaba roto ni desprogramado, sino que estaba ¡verdaderamente bien programado!
    Desde entonces, decidió convertirse él mismo en un "niño de eficiencia máxima" y puso verdadero cuidado en tratar bien sus cosas, tenerlas ordenadas y no tener más de las necesarias. Y a menudo compraba cosas nuevas para acompañar a su buen amigo el robot a visitar y ayudar a aquellas otras personas.
    FIN.

    Autor: Pedro Pablo Sacristan.
    Bibliografía: http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/el-robot-desprogramado

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  4. Mirando por la ventana
    Pedro Pablo Sacristán

    Había una vez un niño que cayó muy enfermo. Tenía que estar todo el día en la cama sin poder moverse. Como además los niños no podían acercarse, sufría mucho por ello, y empezó a dejar pasar los días triste y decaido, mirando el cielo a través de la ventana.
    Pasó algún tiempo, cada vez más desanimado, hasta que un día vio una extraña sombra en la ventana: era un pingüino comiendo un bocata de chorizo, que entró a la habitación, le dio las buenas tardes, y se fue. El niño quedó muy extrañado, y aún no sabía qué habría sido aquello, cuando vio aparecer por la misma ventana un mono en pañales inflando un globo. Al principio el niño se preguntaba qué sería aquello, pero al poco, mientras seguían apareciendo personajes locos por aquella extraña ventana, ya no podía dejar de reír, al ver un cerdo tocando la pandereta, un elefante saltando en cama elástica, o un perro con gafas que sólo hablaba de política ...
    Aunque por si no le creían no se lo contó a nadie, aquellos personajes teminaron alegrando el espíritu y el cuerpo del niño, y en muy poco tiempo este mejoró notablemente y pudo volver al colegio.
    Allí pudo hablar con todos sus amigos, contándoles las cosas tan raras que había visto. Entonces, mientras hablaba con su mejor amigo, vio asomar algo extraño en su mochila. Le preguntó qué era, y tanto le insistió, que finalmente pudo ver el contenido de la mochila:

    ¡¡allí estaban todos los disfraces que había utilizado su buen amigo para intentar alegrarle!!

    Y desde entonces, nuestro niño nunca deja que nadie esté solo y sin sonreir un rato.

    http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/mirando-por-la-ventana

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  5. Amor antes, durante y después de la lluvia
    de Rafael R. Valcárcel.

    Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo.
    Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.


    Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.

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  6. Famina Famosina

    “La amistad verdadera va mucho más allá de lo que es una amistad superficial o de llevarse bien con la gente”

    Famina Famosina era un niña muy popular en su colegio. Era ingeniosa y divertida, y no se llevaba mal con nadie. No era casualidad que Famina fuera popular: desde pequeñita se esforzó en ser amable y saludar a todo el mundo, invitaba a toda la clase a su cumpleaños, y de vez en cuando llevaba regalos para todos. Era una niña muy ocupada, con tantos amigos, que casi no tenía tiempo más que para estar un ratito con cada uno, pero se sentía la niña más afortunada, sin ninguna duda era la niña con más amigos del cole y del barrio. Pero todo cambió el día que celebraron en el colegio el día del amigo. Aquel día estuvieron jugando sin parar, haciendo dibujos y regalos, y al final del día, cada uno hizo tres regalos a sus tres mejores amigos. Famina disfrutó eligiendo entre tantísimos amigos como tenía, pero cuando todos habían terminado y habían entregado sus regalos, ¡Famina era la única que no tenía ninguno!
    Famina se llevó un disgusto terrible, y estuvo durante horas llorando sin parar "¿cómo era posible?", "¿tanto esfuerzo para tener tantos amigos, y resulta que nadie la consideraba la mejor amiga?".
    Casi todos se acercaron un ratito a consolarla, pero se marchaban rápido, lo mismo que ella había hecho tantas veces. Y entonces comprendió que ella era buena amiga, compañera y conocida de mucha gente, pero no era amiga de verdad de nadie. Ella trataba de no contrariar a nadie, y hacer caso a todo el mundo, pero ahora descubría que eso no era suficiente para tener amigos de verdad. Así que cuando llegó a su casa hecha un mar de lágrimas, le preguntó a su madre dónde podía conseguir amigos de verdad.
    - Famina, hija - respondió la madre - los amigos no son algo que se pueda comprar con una sonrisa o unas buenas palabras. Si quieres amigos y amigas de verdad, tendrás que dedicarles tiempo y cariño. Con un amigo de verdad tienes que estar siempre disponible, en las buenas y en las malas.
    - Pero yo quiero ser amiga de todos, ¡tengo que repartir el tiempo entre todos!- protestó Famina.
    -Hija, tú eres encantadora -respondió su madre- pero no se puede ser amigo íntimo de todo el mundo. No hay tiempo suficiente para estar siempre dispuesto para todos, así que tus amigos de verdad sólo pueder ser unos pocos. El resto serán buenos amigos y conocidos, pero no serán amigos de verdad
    Y Famina se fue decidida a cambiar para tener amigos de verdad . Y cuando estaba en la cama viendo qué podía hacer para conseguirlo, pensó en su madre: siempre estaba dispuesta a ayudarla, aguantaba todos sus disgustos y problemas, siempre le perdonaba, y la quería muchísimo... ¡ eso era justo lo que hacen los amigos!. Y sonrió de oreja a oreja, pensando que ya tenía la mejor amiga que se podía desear.

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  7. La silla - Pedro Pablo Sacristán
    Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener miles de amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que tenía en el colegio, y de que era muy amigo de todos. Su abuelo se le acercó un día y le dijo:

    - Te apuesto un bolsón de palomitas a que no tienes tantos amigos como crees, Mario. Seguro que muchos no son más que compañeros o cómplices de vuestras fechorías.

    Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien cómo probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:

    - Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.

    La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario no vio nada.
    - Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero si la llevas al cole y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás distinguir a tus amigos del resto de compañeros.
    Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con ella al colegio. Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un círculo y se puso en medio, con su silla.
    - No os mováis, vais a ver algo alucinante.

    Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló al suelo. Todos se echaron unas buenas risas.

    - Esperad, esperad, que no me ha salido bien - dijo mientras volvía a intentarlo.

    Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras burlas. Mario no se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de su abuela, pero no dejaba de caer al suelo... hasta que de pronto, una de las veces que fue a sentarse, no calló y se quedó en el aire...
    Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor pudo ver a Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos, sujetándole para que no cayera, mientras muchos otros de quienes había pensado que eran sus amigos no hacían sino burlarse de él y disfrutar con cada una de sus caídas. Y ahí paró el numerito, y retirándose con sus tres verdaderos amigos, les explicó cómo sus ingeniosos abuelos se las habían apañado para enseñarle que los buenos amigos son aquellos que nos quieren y se preocupan por nosotros, y no cualquiera que pasa a nuestro lado, y menos aún quienes disfrutan con las cosas malas que nos pasan.
    Aquella tarde, los cuatro fueron a ver al abuelo para pagar la apuesta, y lo pasaron genial escuchando sus historias y tomando palomitas hasta reventar. Y desde entonces, muchas veces usaron la prueba de la silla, y cuantos la superaban resultaron ser amigos para toda la vida.

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  8. EL ABUELO SONRIENTE
    Había una vez, un hombre muy mayor, que vivía en una pequeña aldea de un pueblo de España. La verdad es que era un hombre muy peculiar, pues vestía con ropas anchas y algo descoloridas, pero cada vez que se encontraba con algún vecino de la aldea, su serio rostro se transformaba en una cara sonriente y amigable.

    Hernán que así se llamaba aquel hombre, era el abuelo de una enérgica niña llamada Jone. Hernán era el encargado de cuidar de su nieta mientras sus padres se encontraban trabajando las tierras del campo.

    La verdad, es que Hernán no tenía muchos amigos, de hecho no tenía ninguno, pues tenía fama de ser un gruñón y cascarrabias, lo que provocaba que nadie quisiera estar cerca de él…

    Su nieta Jone estaba muy triste, pues su abuelo, a pesar de ser un poco gruñón, era muy buena persona y ella lo quería muchísimo. Así que un día decidió subir a una ladera, en la cual se encontraba el árbol de los sueños, para pedirle un deseo…

    “Por favor, árbol de los sueños, me gustaría que me abuelo fuera más amable y simpático con el resto de personas, así podrían saber que es un abuelo bueno y le querrán más“, dijo Jone al árbol de los sueños.

    Al día siguiente, el abuelo Hernán estaba preparando el desayuno para cuando se levantara su nieta. Cuando Jone entró a la cocina vio a su abuelo como siempre… el árbol de los sueños, no le había cumplido su deseo.


    Como todos los días, Hernán acompaño a su nieta hasta el colegio, y de camino, algo extraordinario ocurrió. “Buenos días“, dijo una vecina. “Buenos días señora“, respondió Hernán con una sonrisa en la cara.

    En ese momento, Jone se quedó fascinada por lo que sus ojos estaban viendo, su sueño, de un abuelo más sonriente, se había hecho realidad, el árbol de los sueños le había escuchado. El abuelo de Jone iba saludando y sonriendo a todo el mundo que se iba encontrando por la calle.

    Todo el mundo en la aldea se quedó boquiabierto al ver a Hernán tan sonriente y se dieron cuenta de lo equivocados que habían estado con Hernán, así que aprendieron una lección muy importante, y es que no hay que juzgar a las personas sin antes conocerlas.

    A partir de ese momento, Hernán fue conocido por el Abuelo sonriente de la aldea, y querido por todo el mundo.

    FIN

    Cuentos infantiles escritos por: www.cuentosinfantilescortos.net

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